Diez quinces.

Hoy quiero hacer un brindis por todas esa personas que llegan a nuestras vidas por accidente y que, sin quererlo y por desgracia para ellos, se convierten en el accidente más espectacular del mundo. Como si el choque entre dos coches diera lugar a la explosión de cientos de fuegos artificiales; luces de colores que se coronan en lo más alto del cielo, retumbando sobre nuestras cabezas.

Si, hoy quiero hacer un brindis por todo esos abrazos entregados envueltos en hermosos papeles, y los siete consecuentes besos en un cuello cubierto por mechones que han sufrido más que muchos corazones y que han recogido más lágrimas que cualquier pañuelo de seda. Pañuelos que envidian lo suave que pueden ser las caricias que provocan tus palabras, de dulzura inmedible.

Efectivamente, quiero brindar. Por cada sonrisa sincera (que son todas) que has conseguido arrancar de un rostro triste y desgastado por la erosión de los ríos que nacen en mis pupilas. Por esas miradas fundidas en miel que me han derretido el corazón. Por cada paseo por aquellos lugares que hemos conquistado, y por esas peleas tontas que solo han conseguido apretar aún más si cabe las esposas que nos unen. 

Brindo por todas esas personas que han intentado separarnos. Y alzo mi copa aún más alto por aquellas otras que lo seguirán intentando, con la única repercusión de apretar ese lazo invisible que nos tiene atados por las muñecas. 

Brindemos por mi, por ti, y por ese extraño nosotros, que gracias a un perfecto accidente, una mera casualidad, has conseguido que la fuente de mi felicidad esté más viva que nunca.

Y bebamos del trago, porque esta tan solo es la primera copa.

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